lunes, 28 de marzo de 2011

Todo lo ensucia el dinero

Nunca he estudiado nada relacionado con el dinero, sé lo básico que debe saber cualquier persona sobre él para vivir medianamente bien en este mundo, es más, cuando nací él ya estaba aquí. Por ello voy a reflejar en este blog mis inquietudes y dudas sobre el mismo, sin pretender realizar un análisis o estudio riguroso y lleno de tecnicismos, ya que no lo conseguiría; así pues me limitaré a plasmar una reflexión personal que quizás hayáis tenido muchos que, al igual que yo, no sois ni economistas ni banqueros, sino ciudadanos hartos de estar a merced de un sistema globalizado en el que las desigualdades son claras.

Al principio no me causaba ninguna inquietud la presencia del dinero en casi todos los ámbitos de mi vida, lo veía perfecto, un método muy ingenioso para intercambiar de forma directa bienes y servicios, ya que el dinero es algo aceptado por toda la sociedad al cual se le da un valor subjetivo; además, es mucho más efectivo que el trueque, pues si un agricultor que cultiva tomates quiere un coche, y el fabricante de coches no quiere tomates, ya no hay trueque posible, y el agricultor se queda sin su coche aunque tenga tomates que lo valgan. Hasta aquí es todo perfecto, pero ahora llega el problema: somos humanos, y por ello, egoístas en mayor o menor medida.

Me gustaría pensar que se están realizando todos los esfuerzos posibles para, por ejemplo, dar con la cura del sida, pero desgraciadamente soy bastante escéptico en ello. El dinero exalta el egoísmo humano hasta límites insospechados, es por eso que se busca el beneficio particular a toda costa, por ello, ¿cómo puedo pensar que verdaderamente se busca la cura del sida si existen empresas privadas que facturan millones al año vendiendo medicación para paliar los efectos del mismo?, es decir, ¿puedo fiarme de las investigaciones de esas empresas sabiendo que las mismas perderían su razón de ser si se venciera a la enfermedad?, permitirme que dude bastante al respecto. Sé que esto sería muy dramático si de verdad estuviese sucediendo, pero existen decenas de precedentes históricos para poder, por lo menos, planteárselo, como son el caso de Pfizer en Nigeria, la gripe A en todo el mundo, o Bayer y sus experimentos en los años 40. Además, esta "sospecha" no la proclaman solamente paranoicos anti sistema, sino que incluso el premio Nobel de medicina Richard J. Roberts es muy crítico con esta idea, como podéis comprobar aquí y aquí.

Toda esta concepción del dinero fue desengañándome poco a poco, respaldando esta idea hechos como la obsolescencia programada, el oligopolio petrolero y sus subidas de precio "preestablecidas" o, sobretodo, la crisis económica actual, donde pude comprobar que unos pocos se han hecho muy ricos y otros muchos muy pobres, como es el caso de telefónica, empresa que obtuvo unos beneficios de vértigo en 2010 y que, a la vez, ha despedido a unas 13.900 personas, un tercio de su plantilla en España.

No obstante, el verdadero desencanto me invadió cuando me informé mínimamente de eso que cada vez más gente llama futuro, que no es ni más ni menos que el liberalismo económico. Esta ideología viene a decir, así a grandes rasgos, que el estado no debe intervenir en casi ningún aspecto de la economía, que todo aquello que conocemos, si es privado, mejor, porque se supone que así se ofrecen mejores servicios gracias a la competencia y el capital privado, y, por último, que cada cual busque un trabajo para pagarse sus gastos. Todo esto traducido al lenguaje de la realidad viene a decir algo así como "sálvese quién pueda", ya que, volviendo a la sanidad, esto sería un "tienes dinero, tienes salud", es decir, el egoísmo llevado al extremo.

Hemos nacido con esto, si, al igual que nuestros antecesores nacieron sin fuego, pero, como ellos, somos partícipes activos en la historia, creamos historia, y por eso podemos cambiar la realidad de la que formamos parte; podemos hacer fuego. No proclamo una revolución anti sistema, sino un buen uso del sistema, un buen uso del dinero; pudiendo todos formar parte de eso si nos regimos por las máximas de igualdad, civismo, respeto y generosidad, ideas muy nobles, aunque algunos medios nos digan lo contrario.

sábado, 19 de marzo de 2011

Umbralejo, vuelta a los orígenes

La semana pasada tuve la magnífica oportunidad de poder pasar toda ella en un pequeño pueblo de Guadalajara llamado Umbralejo. Este pueblo, como tantos otros repartidos por nuestra geografía, sufrió un exilio masivo en los años 60 del pasado siglo, con la mala suerte de que a finales de aquella década quedó completamente abandonado, pasando, unos años más tarde, a manos del estado. En ese momento empezó a utilizarse para realizar cursos y actividades de concienciación y sensibilización hacia el entorno natural y el patrimonio cultural.

Plaza de Umbralejo

Durante esa semana aprendí (junto a mis compañeros) a hacer cestas de diversos tamaños y formas a partir del mimbre y la médula que nos da la naturaleza, a realizar encuadernaciones a partir de hojas de papel e hilo, a construir muros de piedra sin utilizar otro conglomerante que no fuese el barro, a reparar utensilios de labranza utilizando la fragua, a obtener telas a partir de hilo, a obtener hilo a partir de lana, a elaborar ungüentos medicinales con romero, lavanda y vaselina y, sobretodo, aprendí que no nos hacen falta "las cosas" para ser felices.

Ahora os podéis preguntar: ¿y eso a ti que te aporta?, si ahora todo eso que has mencionado lo tienes en las tiendas por muy buen precio y una calidad óptima. La respuesta es sencilla: libertad. Si la sociedad de hiperconsumo en la que vivimos tiene alguna característica que destacar, esa es la dependencia, pues nos hace dependientes de los productos que compramos para nuestro disfrute y subsistencia. Imaginar ahora que pasaría si los supermercados no pudiesen ser suministrados de productos y las industrias del ocio y la comunicación dejasen de funcionar, entraríamos en un estado de subsistencia, ya que deberíamos elaborar nuestros alimentos y bienes fundamentales además de entretenernos sin películas, internet o videojuegos. Sería entonces cuando todo ese conocimiento tradicional que hemos sacrificado por nuestra maravillosa sociedad de hiperconsumo volvería a revalorizarse, es más, sería crucial. Cierto es que este panorama es bastante utópico hoy por hoy, pero vale la pena imaginarlo para dar verdadera importancia a aquellas cosas que menospreciamos por ser rurales y anticuadas.

Entorno de Umbralejo

A parte de que el conocimiento en labores tradicionales nos aporta libertad por no tener que depender de ese intercambio entre monedas y bienes o servicios, también nos ayuda a autorealizarnos, ya que hoy en día todo el mundo es capaz de pasar una tarjeta de crédito, pero no todo el mundo sabe como tallar la piedra o hacer aceite, y esto es algo que nos ayuda a crecer mucho; tanto, que me atrevo a decir que, aún comprándonos el coche de nuestros sueños, no sentiríamos la misma satisfacción que al hacer una buena cesta de mimbre con nuestras propias manos.

Así pues, sólo me queda animaros a que recuperéis aquellas labores tradicionales que más os gusten si podéis o tenéis la oportunidad, ya que son pequeñas joyas que hemos ido tirando por el camino del progreso, quizás cegados por el brillo de aquellas nuevas que nos prometían.