Dardos de agua azotan el hormigón,
agua transformada en dardos por las heladas manos de aquel que sopla.
Pues sopla, fuerte y tremendo, hasta lograr penetrar lo salvaje en la mentira construida, hasta el profundo estremecer de los corazones humanos ante la expresión de lo genuinamente natural.
Dardos de agua bendita que sanan cegueras, que rompen corazas y que, por un instante, nos rescatan del coma social inducido, color gris ceniza, o gris asfalto, o gris olvido. Quién sabe el gris de tamaña enfermedad.
Aullidos que, más por temor que por asombro, nos elevan la mirada hacia el indómito horizonte vertical, custodio de la belleza sin mancillar y hogar de asilvestradas luminarias celestes.
Dardos de agua que nos recuerdan lo que somos y queremos olvidar, gloriosa ventisca que canta en su pasar.
Porque, a pesar de todo, el cielo nunca defrauda.
sábado, 16 de mayo de 2020
domingo, 28 de octubre de 2018
Pastores
Pastores de abrigos matutinos, de escarchas, de sonrisa terca y amable. Pasos de monte, floridos en el frío, allí donde el alma descansa su mirada en la piedra caliza, en el romero y el almendro.
Pastores de voluntades austeras, de vidas ascetas con aroma a espliego. Manos ásperas y primitivas, instrumentos de la tierra, conocedoras del rigor y la caricia.
Pastores apasionados de los cielos, de intenciones tormentosas y claras, enamorados de los vientos recogidos en barracas. Corazones de todo vacíos donde todo cabe.
Pastores que son familia, trashumantes de generaciones arcaicas, reyes de cerros a quienes me debo y honro.
sábado, 25 de julio de 2015
Una opinión sobre las tradiciones
Nota: Todo lo escrito en este artículo es una opinión que para nada pretende ofender las creencias de cada cual.
Existen lugares en España en los que opinar de cierto modo
de ciertas cosas puede costarte enfrentamientos, amenazas, injurias o como
mínimo funestas miradas. Y es que en ocasiones uno puede sentirse como un
alumno de la fantasiosa escuela Hogwarts de magia y hechicería, en la que es
mejor no hablar de “Aquel que no debe ser nombrado”.
Es así como en este país cualquier actividad que esté
enmarcada dentro del término “tradición” goza de una suerte de aura la cual
evita que dicha actividad se revise, se replanteé o se ponga en tela de juicio.
Este hecho no supondría un problema siempre que estas actividades no acarreasen
consigo el sufrimiento y la muerte de seres vivos los cuales no han elegido
libremente participar en ellas. Sin embargo, ambos factores, tradición y
sufrimiento / muerte, suelen coincidir más de lo que cabría esperar.
Los festejos taurinos, la caza deportiva y el parany son
ejemplos que nos muestran cómo bajo el paraguas de la tradición se permite la
muerte y el sufrimiento de otros seres vivos a manos del ser humano. Todo esto,
por supuesto, amparado la mayoría de las ocasiones por una legislación cómplice
de estas prácticas. Así pues, cualquier voz discordante que se escuche suele
pasar desapercibida, y si se escucha, se responde “tradición” y queda todo
zanjado. En este punto me pregunto, ¿todavía necesitamos matar y hacer sufrir
para divertirnos? Dicho así suena macabro, no obstante, es literal. Las
actividades antes mencionadas se llevan a cabo por puro esparcimiento y recreo
del ser humano, condicionando fatalmente a otros seres vivos y con
justificaciones más que rebatibles por parte de aquellas personas que las
practican.
Actualmente está totalmente demostrado que animales
vertebrados y con sistema nervioso central, especialmente los mamíferos (como
los seres humanos, los toros, los conejos o los delfines) experimentan
emociones primarias como el miedo, la alegría, la pena y la rabia. Y las
experimentan de forma idéntica a cómo las experimentamos nosotros. Este hecho
tan revelador parece pasar inadvertido para muchísimas personas, demostrando
una vez más la demora en el tiempo que supone realizar un cambio de creencias
en nuestra sociedad.
Una justificación habitual que suele escucharse por parte
de los simpatizantes de estas prácticas es la siguiente: “Han nacido para esto”.
Otra sentencia bastante común también es: “Esto aporta mucho dinero y trabajo”.
Ambos argumentos nunca han dejado de sorprenderme. Es curioso comprobar cómo
realmente nuestra evolución emocional y de conciencia no es en línea recta
hacía arriba, sino en círculos hacía arriba, dibujando un tirabuzón ascendente.
Esto permite ver cómo pasamos una y otra vez por las mismas situaciones, que
parecen ser distintas pero no lo son, ya que lo único que cambia es la forma,
permaneciendo idéntico el fondo. Dicho de otro modo, los toros han nacido para
las corridas igual que el negro nacía para servir al blanco, o la mujer al
hombre. Los toros aportan mucho dinero y trabajo al igual que lo aporta el
narcotráfico, el comercio de animales exóticos o la prostitución. Sé que esto que
acabo de escribir suena radical, pero si lo entendemos de forma literal es así.
Miles de familias viven del cultivo de la coca en Colombia, o del tráfico de
animales en Brasil y África, o de la prostitución en Tailandia, pero ¿justifica
eso que se realicen dichas actividades? Por supuesto que no.
En este siglo veintiuno estamos logrando trascender de
forma mayoritaria las diferencias étnicas, de raza y de género, viéndonos todos
los seres humanos como iguales, sin razón por la cual discriminarnos, sino al
contrario. Ahora bien, ¿cuándo podremos ver a los demás compañeros de nuestro
planeta sin discriminar negativamente especie o inteligencia? Subamos un
peldaño más como humanidad y demos el respeto que se merecen a aquellos que, al
igual que nosotros, evolucionaron durante millones de años a nuestro lado,
sirviéndonos de alimento, transporte y compañía. No caigamos en la cómoda
inercia de la tradición y preguntémonos realmente qué tipo de vida queremos
para el mundo y para nosotros mismos. Apostemos por la vida.
viernes, 22 de mayo de 2015
La taza
Vuelvo a estar aquí. En medio de una situación que no elegí
vivir. Esta vez me acompañan en la mesa dos hombres de negocios, uno de ellos
unos veinte años mayor que el otro, ambos forzando la simpatía.
Si fuese la primera
vez que vivo esto quizás diría que están fijando las condiciones de una
inminente compra en el que el más joven adquiere la empresa de su contertulio.
El potencial vendedor se muestra humilde, cansado ante la vida y pasando el relevo
a la generación más joven, pidiendo honestamente la cantidad justa por el fruto
de su trabajo, mostrándose más que satisfecho por el descanso que al fin le
otorga su jubilación. Por otro lado, el comprador se percibe impaciente,
ansioso. Desea firmar ya la tan esperada venta. Sus ojos le muestran el dorado
en forma de papel impreso, sus manos sudan y el bolígrafo le baila entre los
dedos. Su firma en ese papel equivale a echar al viejo león a dentelladas y,
por supuesto, quedarse así con su vasto territorio y su nutrido harén.
No obstante, y dada mi dilatada experiencia en el ámbito de
la sobremesa, puedo afirmar que la situación que acontece deja mucho que desear
a lo que en realidad se mueve en las profundidades. Al menos en una de las
partes.
El joven y vigoroso león es trasparente pese a sus intentos
de ocultarlo. Sus intenciones son claras. En cambio, el aparentemente cansado y
resignado vendedor está a punto de pagarse su retiro a lo grande. Tras esa
máscara de conformismo y desinterés subyace el envenenado ardid que lo
catapultará al disfrute de sus últimos años, quizá en Chamonix o el Caribe,
quién sabe. En el preciso instante en el que se firme la venta, y a través de
un mensaje de móvil, se realizará la trasferencia de una importante cantidad de
dinero a su cuenta bancaria, a cambio, por supuesto, del traspaso de toda su
cartera de clientes a sus antiguos y, en breves momentos, más competitivos
rivales empresariales.
El truco no deja de ser ingenioso; la competencia le paga
por información y un ambicioso e inexperto joven le compra una empresa abocada
al fracaso. Chapó. Me quitaría el sombrero si pudiese llevarlo.
A pesar de todo, y sin desmerecer la situación que acabo de
narrar y en la que me hallo inmerso ahora mismo, prefiero por mucho cuando la
suerte tiene el capricho de colocarme en tertulias de bellas mujeres, en las
que suelo salir bien sobado y manchado de pintalabios la mayoría de las veces.
Sí, ser una taza y vivir en un céntrico café podría
tildarse incluso de trepidante, y perdonadme si os parezco arrogante, pero de
verdad os digo que si el novelista que en ocasiones me toma tuviese más en cuenta la opinión de un servidor, dejando de tratarme como un viejo e inerte utensilio de mesa, no tendría necesidad de financiar el colchón que se compró hace dos
semanas.
lunes, 14 de julio de 2014
Si iba o venía
"Parece que fue ayer, no era más que uno más, una persona anónima. Cuando hacía con mi vida lo que más me apetecía sin que a nadie le importara si iba o venía, la apariencia que tenía, el polvo que mordía, quién era la chica que mi boca comía".
Jarabe de palo.
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