Ojos que no ven corazón que no siente. Siempre había creído en este dicho popular, tanto que lo utilizaba frecuentemente en cuanto me era posible para metaforizar cualquier situación real concerniente a amigos, conocidos o a mí mismo. Digo utilizaba porque ya no me parece tan fiel a la idea que trasmite, pues veo que existen excepciones, y una en particular.
Cada día cuando nos sentamos en la mesa de nuestro comedor o cocina para comer es casi instintivo el acto de coger el mando a distancia y enchufar la televisión para ver las noticias. Pongamos el canal que pongamos es seguro que en su sesión de informativos de medio día aparecerá alguna noticia relacionada con la guerra, el hambre o la pobreza. Estas noticias no solo nos dicen mediante voz lo ocurrido en tal o cual lugar del mundo, sino que además nos ofrecen imágenes, imágenes estas que pasan desapercibidas por nuestra mente ajetreada, ocupada haciendo fastidiosos cálculos intentando hallar la solución para llegar a fin de mes o simplemente pensando en quedar con tus amigos para echar unas cervezas y ver el fútbol esta noche.
Yo me pregunto, ¿qué nos ocurre?, ¿tan adormecidos estamos? Esta reflexión me da pie a imaginar a la sociedad como a esos magníficos leones que tantas veces hemos visto en los documentales, a los que decenas de moscas incordian sin descanso y éstos, perezosos e incapaces de mover una extremidad como si estas fuesen de pesado acero, se contentan con mirarlas revolotear entre sus cabezas.
Cierto es que los leones no pueden eliminar a las moscas de su entorno, pero nosotros sí que podemos eliminarlas del nuestro. Las guerras con todas sus consecuencias no son ni más ni menos que fruto del ser humano, por tanto es posible detenerlas, o más que detenerlas transformarlas en otro fruto de nuestro intelecto, como lo es la paz.
Pero todo esto parece imposible hoy en día, y es curioso, porque preguntes a quien preguntes la mayoría de las personas está a favor de concluir las guerras y erradicar el hambre de una vez por todas, pero esto nos parece una utopía que está fuera de nuestro alcance y que, bueno, al fin y al cabo ¿qué más da si tenemos una casa donde vivir, un plato de comida en la mesa y un montón de tiendas donde gastarnos el sueldo?.
Somos gente que sin haber pisado en nuestra vida un campo de batalla, sin saber lo que es matar a otro ser humano y sin haber pasado hambre estamos inmunizados, como el soldado más curtido, al ver a una mujer lapidada, al ver a niños esqueléticos andar sobre tierras desérticas y al ver a decenas de cadáveres tendidos en calles víctimas de atentados.
No, ya no creo en el dicho con el que he empezado este texto, pues hoy por hoy y en este magnífico siglo de oro negro en el que vivimos debería pasar a ser el siguiente: Ojos que ven corazón que no siente.