Se privatizó el monte y se
burocratizaron las colmenas. Se regularizó el río y se tramitaron
los huertos. La hormiga ya no pudo recoger las semillas sin sus
debidos permisos, y el halcón era multado si sobrepasaba los cien
kilómetros por hora en sus picados. El conejo debió pedir licencia
para hacer su madriguera y las ciervas se quedaron sin novios, al ser
estos detenidos por posesión y uso de armas blancas. El árbol pagó
religiosamente el canon de energías renovables y la libélula superó
el examen de piloto. A la trucha se le prohibió nadar en aguas
protegidas y el manzano se sacó el carnet de manipulador de
alimentos. Los lobos fueron declarados asesinos y las mariposas
registraron sus bellos colores como propiedad intelectual.
Y así, por fin, el ser humano suspiró.