sábado, 30 de noviembre de 2013

Valor


Valor: Cualidad del ánimo, que mueve a acometer resueltamente grandes empresas y a arrostrar los peligros. 

Siempre creí que el mayor grado de valor que una persona podía alcanzar en su vida se manifestaba en la realidad en clave de "hacer" o "acumular". Por ejemplo: Conseguir una meta, ya sea ser campeón olímpico, obtener el puesto de trabajo o título académico soñados, culminar con éxito un viaje, salvar una o varias vidas en una situación de peligro, etc. Esta era la idea de valor que normalmente aparecía en mi mente cuando meditaba sobre la noble cualidad. No obstante, la vida me ha ido enseñando mediante ciertas experiencias que dichos ejemplos no son el máximo exponente de valor que puede atesorar un ser humano, sino que, paradójicamente y siempre desde la vivencia personal, el mayor grado de valor que he podido experimentar ha resultado ser el no-valor.

Por no-valor me refiero a la aceptación. Aceptar la vida tal cual es con amor, es decir, abrazar todas las circunstancias y posibilidades que se manifiestan en nosotros, sin que nuestra felicidad dependa de ninguna de ellas. Aceptar que puedo llegar a obtener ese título académico o no, y que en ambos casos seguiré siendo todo lo que mi ser puede anhelar. Aceptar que podré tener ese trabajo o no tenerlo, que podré tener pareja o no tenerla, que podré vivir esa vida soñada o no vivirla. Aceptar las experiencias que nos toca vivir sabiendo que estas son neutras, carentes de color, y que el etiquetado de "buenas" o "malas" se lo damos nosotros según las ideas que abriguemos sobre ellas. Ya que como dijo Buda Gautama: "El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional", y este sufrimiento dependerá de cuán ligada esté nuestra felicidad con el exterior.

Hace falta valor para conseguir algo, para no estar satisfechos y buscar siempre ese extra que nos hará felices, para estar constantemente cambiando nuestra realidad. Pero hace falta mucho más valor para desprenderse (sobretodo de las ideas), para pararnos y respirar, para empezar a aceptar y a amar nuestra vida tal cual es, sin aditivos, sin querer cambiarla. Es entonces, al aceptarla y aceptarnos, cuando llega la libertad.

Adjunto una escena de la magnífica película titulada "El guerrero pacífico", que creo resume muy bien todo lo expuesto en esta entrada.



lunes, 4 de noviembre de 2013

In media virtus

No puedo dejar de compartir aquí un texto del brillante Emilio Carrillo; texto el cual forma parte de su libro titulado "Amor: Vida y Consciencia". Disfrutadlo.

In media virtus

La visión dominante  -productivista, consumista, vacía de valores, antagónica a cualquier percepción trascendente y espiritual del ser humano-  ensalza el exceso como ninguna otra cultura o tradición lo había hecho antes. Es más: como si fuera lo más normal, en torno al exceso se ha configurado una retórica  -algunos pretenden que hasta una épica-  amplificada por la publicidad y los medios de comunicación. El exceso  -sea en acumular riqueza, o en ganar medallas olímpicas-  se ha elevado prácticamente a la categoría de heroicidad. Y los periódicos y los informativos, por ejemplo, no destacan el quehacer de los verdaderos héroes  -que hay muchos, multitud de hombres y mujeres, por todo el planeta y en los más diversos contextos-,  sino el "éxito" del "triunfador", que suele ser un señor o señora que aporta mucho a si mismo y casi nada a los demás.

Por supuesto, el sistema económico vigente tiene que ver con ello. La Economía-Mundo lo contamina todo con su aroma mercantilista y sus reglas del comercio sin alma: poco importa el verdadero valor de las cosas  -valor intrínseco o de uso, en terminología económica-,  y todo se reduce a su precio  -valor de cambio y, a menudo, especulativo-. Es una auténtica subversión del orden natural de valores.

Para materializarla, se promueve una visión que mira siempre al mañana, a lo que pueda deparar el futuro, jamás al presente. El objetivo es obvio: que al colocar la mirada en un futuro virtual y frecuentemente quimérico, no observemos la realidad tal cual es. Todo nos alienta a plantearnos constantemente metas y retos para el mañana, sin capacidad de crítica, sin saber de verdad si son los nuestros o los que nos imponen, sin mirarnos nunca al espejo del hoy, de lo real.

Igualmente se nos anima a transgredir límites y fronteras. Y a esto se le llama disfrutar de la vida. A costa de lo que sea, incluso de nosotros mismos y nuestra auténtica identidad; y sin conocer por qué y para qué.

De este modo, se nos llena la mente de ruido, del ajetreo incesante provocado por la velocidad de un mundo "en progreso", "en avance", aunque nadie sepa bien hacia dónde. Todo vale, en definitiva, con tal de que no tengamos la mente limpia, libre, quieta, que es lo que nos permitiría conectar con nuestro Yo Verdadero, con nuestra dimensión profunda y divinal, logrando que Él y no el pequeño yo  -el ego-  tome el timón de nuestra existencia.

Casi nadie se sorprende por tanto dislate, aunque, paradójicamente, nos escandalizamos cotidianamente ante los nocivos efectos e impactos, individuales y colectivos, de tanta proclama aparentemente rompedora.

Nos hemos acostumbrado al cómodo ejercicio de seguir la corriente, transitando por la vía rápida de los extremos y renunciando a lo que Aristóteles definió y defendió como el "justo medio" ("in media virtus"), lugar de excelencia, según él, para la ética y la razón. De esta forma, el equilibrio está quedando, poco a poco, fuera del alcance de cada persona y de la sociedad. La propia crisis socioeconómica actual está íntimamente conectada con este hecho y esta concepción de las cosas.

Eso sí: afortunadamente empiezan a ser numerosos los seres humanos que se han percatado del desatino, y comienzan a enderezar sus vidas, no por el "sendero del miedo" al que nos arrastra sin remisión la visión imperante, sino por el aristotélico "sendero del medio". En él prima la moderación y el sentido común en la delimitación y cobertura de nuestras necesidades; se saborean las pequeñas cosas y los detalles, con alto valor de uso, pero bajo valor de cambio, así como el ahora, el presente, comprobando que es el único sitio donde la vida realmente existe; se buscan y se hallan espacios para el encuentro interior y experiencias de silencio; se constata que la transformación interior es la llave del cambio social y que se precisan ojos nuevos para lograr un mundo nuevo; se incrementa el compromiso con la Naturaleza y el planeta: nuestro gran hogar; y se disfruta por compartir con los demás y practicar un Amor cada vez más Incondicional.

En última instancia, la elección no es entre felicidad o no. Todo el mundo, sin excepción, quiere ser feliz. La clave radica en lo que se entiende por felicidad. Y aquí sí que hay que optar: entre un modelo de felicidad ajeno a nosotros  -impuesto: el que interesa a la visión y sistema vigentes-, y la felicidad tal como la vemos y percibimos: honesta, sincera y conscientemente desde nuestro interior.

La experiencia de los triunfadores, de los rompedores y de los que se aplican un modelo de felicidad ajeno a ellos mismos, nos indica con rotundidad lo que les espera al final del camino: frustración, insatisfacción, nostalgia sin objeto, estrés, depresión. La experiencia de los que han optado por el  "in media virtus" también es contundente: una felicidad equilibrada, duradera, armoniosa y hasta contagiosa.

¿Crees que esto último no es posible? Pregunta a las personas anónimas que marchan ya por el "sendero del medio". Observa a tu alrededor. Seguro que las hay muy cerca de ti.

Dualidad

Entonces me miró con afecto y me dijo:

Muchacho, debes saber algo.

En la medida en que creas en el éxito y el triunfo, en esa misma medida, creerás en el fracaso y la derrota.

En la medida en que creas que necesitas de algo o de alguien para ser feliz, en esa misma medida, serás un desgraciado si no lo consigues. Y aún en el caso de conseguirlo, sufrirás por el temor a la pérdida.

Ten muy en cuenta esto, pues tú eliges lo que quieres ver.