miércoles, 7 de septiembre de 2011

El deber de ser ciudadano

“Nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio de los bondadosos” Martin Luther King.

“Lo más atroz de las cosas malas es el silencio de la buena gente” Mahatma Ghandi.

Si ahora mismo hiciésemos una encuesta a la población occidental, o del mal llamado primer mundo, preguntándoles por algo tan simple como si creen que son ciudadanos, seguramente cerca del 100% de las personas respondería afirmativamente, pero, ¿de verdad somos ciudadanos?; la Real Academia Española define el término ciudadano de la siguiente forma: “Habitante de las ciudades antiguas o de Estados modernos como sujeto de derechos políticos y que interviene, ejercitándolos, en el gobierno de un país.” A priori parece todo correcto, pues somos habitantes de Estados modernos y también tenemos derechos políticos, pero ahora llega la duda, ¿ejercitamos estos derechos?.

Personalmente creo que no o más bien poco, ya que hemos llegado a un punto en la historia democrática en que unimos el concepto de “derechos ciudadanos” en una idea que nos transmiten desde bien pequeñitos tanto en casa como por los medios de comunicación, y esta idea es la de votar cada cuatro años para elegir a nuestros representantes. No digo que esté mal, al contrario, el sistema electoral es la piedra angular de cualquier Estado que se quiera hacer llamar democrático, pero, ¿dónde quedan todos los demás derechos recogidos en nuestra Constitución?, como por ejemplo:

  • Todos tienen derecho a disfrutar de un medio ambiente adecuado para el desarrollo de la persona, así como el deber de conservarlo.
  • Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación.
  • Se reconoce el derecho a la protección de la salud.
  • Todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo, a la libre elección de profesión u oficio, a la promoción a través del trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia, sin que en ningún caso pueda hacerse discriminación por razón de sexo.
  • La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del estado.

Sólo hace falta estar un poco al día para darse cuenta de que estos artículos de la Constitución española hoy por hoy no son más que papel mojado; en vez de cumplirse a rajatabla estos principios vemos a diario privatizaciones de salud y educación, degradación ambiental, pisos vacíos y gente en la calle. Llegados a este punto me gustaría hacer una reflexión, ¿no creéis que se liaría una buena si a algún desquiciado se le ocurriese retirarnos el derecho a voto?, entonces, ¿por qué no protestamos los ciudadanos por el no cumplimiento de los derechos antes mencionados?; la respuesta creo que es bastante obvia, pues en el primer caso pasaríamos a un gobierno dictatorial y en el segundo caso no, ya que aún con esas deficiencias sociales podemos seguir eligiendo a nuestros representantes.

Eso está bien, pero ¿qué pasa si nuestros representantes claudican ante fuerzas “extrañas” como son los tan mencionados mercados, y terminan ejerciendo políticas que no figuraban en sus programas electorales?, ¿no debería ser el voto como un contrato, en el que las dos partes deben cumplir lo acordado?, entonces, ¿de que sirve el voto si al final deciden los mercados?, ¿no huele un poco a totalitarismo?. En fin, igual son paranoias mías, pero actualmente no veo repercusión alguna de nuestro voto en el cuidado de la tan querida sociedad del bienestar.

Entonces, ¿de verdad podemos considerarnos ciudadanos si es la indiferencia la palabra que mejor nos define?, creo que no, más bien diría que somos clientes o consumidores, incluso la definición de la RAE para el primer término concreta más nuestra forma de vida que la de ciudadano, a saber: “persona que utiliza con asiduidad los servicios de un profesional o una empresa”. Así pues, podemos continuar siendo clientes disfrazados de ciudadanos, y creernos que de verdad somos soberanos yendo a votar una vez cada cuatro años o, por el contrario, podemos llenarnos de responsabilidad y actuar, otorgando de una vez por todas el valor que se merece a la palabra ciudadanía.

lunes, 5 de septiembre de 2011

"Tella, Dios me guarde de ella"

El antiguo refrán que da título a esta entrada es el que salía, hasta hace no mucho tiempo, de la boca de los habitantes de la hermosa comarca oscense del Sobrarbe; refrán éste que hace referencia a una de las más hermosas villas del Pirineo central, Tella, antaño bien conocida, o a decir verdad mal conocida, por ser el centro neurálgico de la brujería pirenaica, llegándose incluso a calificar como origen de la brujería europea.

Ha sido precisamente su aislamiento, ya que se ubica en lo más profundo del Pirineo aragonés, el que propició que esta villa obtuviese la fama de pagana, ya que ni la propia religión católica caló en ella hasta tiempos recientes. Por ello, los habitantes de Tella fueron creando durante siglos una serie de creencias, íntimamente ligadas a la naturaleza, que les permitían creer por ejemplo que el granizo no dañaría sus cosechas o que las mujeres serían fértiles, además, gracias a su contacto directo y continuo con la madre tierra elaboraron cientos de remedios naturales para males determinados, tanto físicos como psíquicos.

Todo esto creó un rico folclore en la villa, folclore que sería calificado de pagano por la iglesia católica y que poco a poco sería desvirtuado por la misma. Dicha iglesia se empeñó decididamente en purificar Tella, hecho éste que la llevó a levantar en sus inmediaciones tres ermitas, algo muy extraño de ver tratándose de un pueblo tan pequeño. No obstante, las ermitas son sólo aquello que nos recuerda, cuando visitamos la villa, que la caza de brujas por parte del Santo Oficio fue continua e intensa, ya que Tella ostenta el dudoso honor de ser uno de los pueblos españoles que ha sufrido más ajusticiamientos en proporción a sus habitantes.

Por suerte, hoy en día sabemos que aquellas personas (sobretodo mujeres, aunque existen casos de hombres) que eran etiquetadas de brujas y culpadas por desgracias ajenas, tan sólo eran personas que conocían cada planta y animal de su entorno y les daban uso para satisfacer sus propias necesidades. Todo lo demás, desde los aquelarres donde las brujas mantenían relaciones sexuales con satanás hasta los males de ojo que perjudicaban el cultivo de algún vecino no son, ni más ni menos, que esfuerzos de la iglesia católica por desprestigiar y demonizar una serie de creencias que no le eran favorables a sus intereses.

De todas formas, aquí el autor de este humilde blog es un romántico, por ello me gusta creerme en parte ciertas historias, sobretodo aquellas que llenan de magia y encanto algunos lugares, y que, tímidamente, consiguen provocarte un escalofrío cada vez que piensas o te adentras en ellos. Por eso, ¿sabéis que respondían las brujas al título de esta entrada?, “ojalá tengas tan lejos los huesos de la carne como estás de ella”.

viernes, 2 de septiembre de 2011

No a la incineradora y a la hipocresía

"Hipocresía: Fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan."  Real Academia Española.

Quién me conozca mínimamente sabrá que aunque viva en Alcora es muy poco lo que conozco sobre este municipio, aspectos como su historia, su gente, sus festejos y su política se me escapan de las manos; no obstante, desde hace un tiempo me he ido interesando por aquello que ha hecho que este pueblo se alce uniendo sus voces al grito de "No a la incineradora", acudiendo a la primera concentración de repulsa por dicho motivo e intentando seguir el desarrollo del movimiento de protesta. Este interés me ha llevado a madurar ideas que me gustaría argumentar aquí, y lejos de querer desprestigiar una protesta tan legítima  como la que acontece en Alcora, si que quisiera que reflexionásemos sobre la hipocresía de ciertas instituciones, que al fin y al cabo viene a ser la hipocresía de ciertas personas.

La primera pregunta que me abordó cuando me sumergí en este tema fue la siguiente: ¿cómo un partido político que predica las ideas de creación de empleo a toda costa, sin tener en cuenta posibles daños ambientales, ahora de repente tiene un arrebato de civismo?, es decir, ¿cómo es posible que aquellos que aplauden la creación de empleo destruyendo playas y parajes naturales ahora protesten por algo que sigue sus mismas lineas de actuación?, ¿es que acaso es más perjudicial una incineradora aquí que una planta petrolífera en Castellón?. Con estas preguntas en la cabeza y un poco de curiosidad podemos llegar a otras cuestiones como esta: ¿puede ser que el ayuntamiento esté utilizando de forma populista este asunto para así ganar la simpatía de sus conciudadanos, y por lo tanto, sus votos?, o es que, ¿acaso el PP local tiene una ética y unos valores completamente distintos a los del PP provincial, autonómico y estatal?.

Todas estas preguntas por si mismas no son más que meras confabulaciones, ya que cada cual podrá darles mayor o menor importancia según cual sea su ideología, pero a veces, estas confabulaciones son acompañadas de hechos que, por suerte o por desgracia, pueden respaldar la supuesta hipocresía de las personas, como sucedió el pasado domingo veintiocho de agosto, día en el que el ayuntamiento de Alcora retiró la imponente pancarta que hacía lucir en su fachada. Ese mismo día visitó el municipio Don Javier Moliner, presidente de la diputación de Castellón; y al día siguiente, veintinueve de agosto, la pancarta volvió a reivindicar desde el ayuntamiento la negativa a la incineradora. ¿Casualidad o hipocresía?.

Ojalá la incineradora nunca llegue a buen puerto, ojalá los alcorinos y alcorinas sigan echándose a la calle para protestar por algo que, muy lógicamente, no es justo, pero tengamos cuidado y no nos enredemos en esos tejemanejes políticos que hacen del clamor de un pueblo un instrumento para conseguir objetivos no tan nobles.