Todos sus esquemas se vienen abajo
mientras baila en la discoteca como si no hubiese mañana. Con tres
litros de cerveza negra en el cuerpo mira a su próximo objetivo, una
chica de pelo castaño y divina figura que baila sensualmente junto a
sus amigas en una esquina de la pista. Es una de esas sílfides que
baila pronunciando sus curvas y tocándose el pelo, una de esas que
te dice con su baile como va a hacer el amor. De esas que es deseada
y lo sabe.
Nada tiene sentido esa noche, o quizás
si, quizás todo tenga más sentido que nunca esa noche. Lo aprendido
en su entorno hasta la fecha pierde la razón de ser, todo lo que sus
padres, sus amigos y sus maestros le enseñaron carece de valor,
nunca le hizo feliz seguir sus consejos, sus limitantes consejos. Un
hombre no debe llorar, un hombre debe ser romántico, un hombre debe
ser educado, un hombre debe ser respetuoso, un hombre debe ser
responsable... Hoy sabe que es libre, y lo mejor, sabe como romper
esas invisibles cadenas que lo han atado durante tanto tiempo. Cada
sonrisa forzada acumuló un insulto, cada “lo haré” comprometido
acumuló una irresponsabilidad, cada silencio complaciente acumuló
un puñetazo... solo era cuestión de tiempo explotar. Ahora lo único
que quiere es vivir; vivir con todas las consecuencias.
Se acerca a la chica tranquilamente,
derrochando seguridad, pues nada tiene que perder. Al igual que a la
dama la fortuna de la vida también le dotó a él con buen
semblante, y como no, lo sabe y lo aprovecha. El plan a seguir es el
de siempre, romper el hielo con alguna frase hermosa que denote
seguridad en si mismo a la vez que interés por ella, una de esas
frases que deje leer entre lineas algo como: “Tienes mucha suerte
de que yo esté interesado en ti, aprovéchalo guapa”. Por suerte,
él tiene el don de la palabra y esto no resulta una complicación,
creando en pocos minutos una conversación e invitándola a una copa.
Chapó.
Si algo ha aprendido en todos estos
años de chico bueno es que la educación es una auténtica basura.
No la educación académica, sino la moral, la emocional. Desde
pequeño mamó las angustias de su familia, le enseñaron a ponerse
la máscara con la que debía salir a la calle, aprendió que ante
una injusticia debía ceder, que debía respetar a los demás por
encima de si mismo, que hacer lo que de verdad deseaba era ser
egoísta. Y esto le llevó hasta el extremo.
Unas miradas con deseo, unas sonrisas
pícaras y un beso apasionado, está hecho. Ella se aprovecha de él
y él de ella en un baile de seducción donde los pasos son los
besos, unos más húmedos y lentos, otros más rápidos y agresivos.
Y así prosigue la noche, bebiendo a la par labios y cerveza. El
estómago le ruge, tiene hambre y recuerda el puesto de frankfurts y
hamburguesas que hay afuera, así que sin más se despide de su
amante nocturna, sale de la discoteca, pide un perrito caliente y se
sienta en el bordillo de la acera a comérselo. Entonces, reconoce
entre la multitud de Homo aparentis a un amigo marroquí y le invita
a sentarse junto a él para comer algo, éste acepta y conversan
alegremente.
Siempre fue el chico ideal para su
gente cercana, “¡qué chico más bueno!” le decían, “¡qué
educado!”, “¡nunca se enfada, que encanto!”; mientras tanto en
su interior acumulaba el “no me da la gana” que no dijo en tantas
ocasiones y el “eres un auténtico gilipollas” que se calló por
la maldita educación, aunque el destinatario lo mereciera con
creces.
Allí está gozando de la noche cuando
sale por la puerta la damisela de la que disfrutó unos momentos
antes, y ésta, mirándolo le dice sin palabras: “no es posible que
me haya besado contigo, mírate, allí estás sentado en la
acera junto a un moro y un borracho dormido, ¡vaya paria social!”.
Así que simplemente gira la cabeza y sigue caminando con sus amigas
hasta perderse entre la multitud. Entonces él y su amigo se miran y
se echan a reír con verdadero ímpetu, ya que ambos, gracias a
largos años de palos, han llegado a la misma verdad, esa verdad que
les hace ser como son, auténticos y fieles a si mismos en todos los
sentidos.