sábado, 16 de mayo de 2020

Gloria

Dardos de agua azotan el hormigón,
agua transformada en dardos por las heladas manos de aquel que sopla.

Pues sopla, fuerte y tremendo, hasta lograr penetrar lo salvaje en la mentira construida, hasta el profundo estremecer de los corazones humanos ante la expresión de lo genuinamente natural.

Dardos de agua bendita que sanan cegueras, que rompen corazas y que, por un instante, nos rescatan del coma social inducido, color gris ceniza, o gris asfalto, o gris olvido. Quién sabe el gris de tamaña enfermedad.

Aullidos que, más por temor que por asombro, nos elevan la mirada hacia el indómito horizonte vertical, custodio de la belleza sin mancillar y hogar de asilvestradas luminarias celestes.

Dardos de agua que nos recuerdan lo que somos y queremos olvidar, gloriosa ventisca que canta en su pasar.

Porque, a pesar de todo, el cielo nunca defrauda.

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