domingo, 9 de enero de 2011

Reflejos. Parte I

No podía ser cierto. Por más que me movía, que me contorsionaba, que me acercaba o que me alejaba allí no aparecía nada, ni una pizca de ser humano, ni un poquito de identidad.

-Es imposible -me decía una y otra vez- esto va en contra de las leyes físicas seguro.

Estaba pálido... o eso creía, porque el espejo, aunque parezca mentira... ¡no me reflejaba!. En su brillante superficie únicamente podía verse todo aquello que había detrás de mí: la mesita de noche, la cama, las sábanas y mantas arrugadas, el armario, el escritorio, el ordenador... ¡todo menos yo!.

Di mil y una vueltas alrededor de este y seguía igual, sin reflejar ni un mínimo de persona. Entonces pensé e intenté calmarme.

-Nervioso no conseguirás nada -me dije-, esto tiene que ser una broma, alguien ha hecho algo en el espejo para que pase esto.

Así que me propuse ir al baño para confirmar mi teoría y así poder reírme con quien estuviese riéndose también de esto, porque seguro que había alguien.

-Esto es absurdo, ¡claro que es absurdo!, -intentaba forzarme a reír para quitar hierro al asunto- ¿cómo no va a reflejar un espejo?... ¡si son para eso!.

Entré en el baño y fui acercándome con cautela al espejo que había colgado en la pared izquierda de éste, me acerqué hasta el punto de rozar con el hombro su marco. Estaba nervioso, todo esto era surrealista, y más aún lo era el hecho de que me estuviese pasando a mí.

-Debo parecer idiota, -pensé para mis adentros- el que me esté viendo debe estar partiéndose el culo de la risa.

No sabía que parte de mi cuerpo poner ante el espejo, más bien no me atrevía a no ver reflejada la parte que pusiese delante.

-¿Pongo la mano?... ¿o mejor la cabeza? -estaba hecho un manojo de nervios-, mejor la mano, sí... pero igual al ser más pequeña... no sé... quizás... -me di cuenta de lo absurdo de la situación y me enfadé-, ¡pareces gilipollas! -me dije exaltado, y entonces salté de golpe delante del espejo con los ojos bien abiertos.

Casi me caigo de espaldas al comprobar funestamente que todo seguía igual... sí, igual... todo estaba en su sitio en aquel reflejo, no había cambiado nada... ni los azulejos azules de la pared, ni el pequeño cuadro de un farero, ni aquel mueble blanco que yo tendría que haber tapado... todo seguía exáctamente igual, una imagen absurda y desesperadamente inalterable.

-Co... ¿cómo es posible? -la voz y las extremidades me temblaban como la gelatina- tengo que estar soñando... sí, debe ser un sueño... es eso... un sueño, -no conseguía salir de mi estupefacción.

Salí del baño caminando cabizbajo y con los ojos inyectados en sangre, como si llevase una semana sin dormir, y me dirigí con paso resignado hacía el espejo del recibidor, al igual que el preso que recorre el pasillo que le lleva a morir, sin saber qué esperar, sin saber qué decir ni qué pensar.

En este estado y sin mirar a dicho espejo me planté frente a él, cabizbajo, con los ojos cerrados, y así poco a poco fui levantando la cabeza hasta tenerla firme sobre el cuello. Fue entonces cuando abrí los ojos de par en par y me saltaron las lágrimas al comprobar una vez más que no había nadie delante de aquel espejo.

Entonces las lágrimas dieron paso a la ira y empecé a destrozar como un loco neurótico y con mis propios puños cada espejo de aquella casa: el de mi cuarto, el del baño, el del recibidor, el de la habitación de mis padres, el del tocador de mi madre y todo aquel que encontraba a la vez que me percataba de que ninguno de ellos, daba igual su forma y tamaño, me reflejaba.

A los minutos de empezar mi ataque de ira me derrumbé y me acurruqué en postura fetal en una esquina del pasillo, rodeado por cristales, sollozando y con los puños ensangrentados, intentando comprender todavía qué es lo que estaba pasando y pidiendo por favor que si todo aquello era una broma o un sueño terminase ya.

-Es imposible, -me decía una y otra vez como al principio, aunque ahora incomodado por el llanto- no puede ser verdad... he tenido que perder la cabeza... debo de estar loco, no hay otra explicación.

Sin saber pues qué me sucedía y con todos mis esquemas mentales hechos trizas se escuchó la puerta de casa y alguien entró.

-¡Ya he llegado! ¡ayudadme a entrar la compra por favor! -mi llanto cesó y mi cara dibujo una gran sonrisa de esperanza al escuchar aquella voz, ¡era mi madre!.

2 comentarios:

  1. me gusta mucho!!! Estoy intrigada!! No tardes en continuar la historia!! :)

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  2. Muy bueno. Me ha gustado el final, como una madre lo cura todo. Pero lo que me ha llamado la atención es como, una cosa tan cotidiana como mirarte al espejo, en la que nunca piensas, porque es una rutina más del día a día: ponerte frente a él y verte; puede destrozar los esquemas de una persona. Me he parado a pensar que me pasaría si me ocurriera a mí, y creo que sería muy desesperante.
    Lo dicho, muy bueno, y coincido con Ana (creo que eres tú jajaja): continúa!!

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