lunes, 28 de enero de 2013

La visión de Verónica

Antes de leer esta entrada recomiendo leer la anterior, ya que ésta la complementa.



-Recuerda ir hoy a la peluquería Verónica -mi madre me habla sin mirarme a los ojos, inmersa en el papeleo de su despacho, como de costumbre-. Me ha costado lo mío meterte en la clínica y debes causar buena impresión.

-Buena impresión -me digo mientras salgo del despacho en silencio-. Llevo esa idea tatuada en la cabeza, en lugar de a su hija parece que le hable a su impresora.

Bien pensado, quizás nunca he sido más que eso para ella; una posesión más, como su porsche, su chalet o el inversor inglés al que se folla de vez en cuando. Para mi madre todo es material, todo son bienes a merced del mercado, cualquier cosa se vende y se compra. No existen las emociones, y si existen no son importantes. Esa es la clave del éxito.

Con el vestido rojo, los botines, una bufanda y el abrigo de lana salgo de casa, ensimismada, convencida en merecer por fin el reconocimiento de aquella que me dio la vida.

-Ahora todo será distinto -murmullo, mientras cubro mi cuello con la bufanda-. Le demostraré de lo que soy capaz, verá que ya no soy aquella inútil que está acostumbrada a tener por hija. Seré fuerte.

Al decir esto, mi mano derecha, casi como un reflejo, roza la superficie posterior de mi antebrazo, estremeciéndome por completo.

-Creo que ya no se notaran tanto... -digo mientras sigo caminando, evitando ensuciar mis botines con los distintos charcos que voy cruzando-. Ya hace casi un mes...

Recuerdo entonces aquella noche. Esa cena donde Álvaro me confesó algo que yo ya sabía desde hace tiempo; su romance con Silvia. El momento en el que por fin lo admitió. Fue justo cuando regresé de mi exilio, ya que por culpa de esa zorra tuve que irme lejos, no quise aguantar la vergüenza. La idea de que mi familia y amigas hablasen de la cornuda de Verónica se me hizo insoportable.

-¿¡Qué pudo ver en esa puta!? -lo que iba a ser un murmullo se torna en grito, ruborizándome-. No lo entiendo... -suspiro-. Esa noche pudo haber terminado todo... -un escalofrío recorre mi cuerpo al recordar un baño, sangre y cuchillas-. Soy una mierda...

Tomando aire y levantando la cabeza me recuerdo que debo ser fuerte, y llenándome de orgullo pienso que al final se hizo justicia. Álvaro prometió dejar de ver a Silvia y como muestra de su compromiso me propuso irnos a vivir juntos.

-A mi madre le parece un buen partido -me digo, sintiéndome dichosa por el reconocimiento-. Es guapo y tiene dinero, la verdad.

Entonces, al llegar a la esquina de la avenida veo salir a Alicia de su casa. Entro en tensión inmediata, pues no debe notarme vulnerable, pero me siento con la obligación de saludarla. Siempre he admirado a esa chica, maldita sea. Tan guapa y tan natural, haciendo lo que de verdad le gusta y sin tener que aparentar nada, sin el deber de ganarse el reconocimiento ajeno, sin el peso de una reputación a sus espaldas. Siempre tan trabajadora, desde que la conocí en bachiller la vida nunca le ha regalado nada, sino que se lo ha ganado todo a pulso. Es una auténtica luchadora.

-Mi madre estaría orgullosa de ella... -susurro resignada a la vez que dibujo una amplia sonrisa en mi rostro, empoderándome por completo, decidida a demostrarme a mi misma lo fuerte y auténtica que puedo ser; aunque me esté cayendo a pedazos por dentro.

1 comentario:

  1. Ambos escritos son preciosos. Siempre disfruto mucho con tu talento. Saludos.

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