viernes, 7 de febrero de 2014

El duelista


Abrió la carta con aire desinteresado, usando su maltrecha jerezana para partir el sello de cera. Antes de sacar el manuscrito del sobre dibujó en su cara una mueca de perro viejo, algunos dirían que una sonrisa, mientras rascaba perezoso la cicatriz que cruzaba su rostro desde el ojo izquierdo hasta la comisura derecha de su boca, tramo en el que el costurón era más profundo.

Echó un leño a la chimenea y dio un sorbo a su copa de tinto.

- ¿Quién será esta vez, Dardo? -preguntó con tono irónico, dirigiéndose a un gato que dormía enroscado sobre una vieja manta al lado de la chimenea, el cual respondió con un leve movimiento de orejas, como quién se siente nombrado-. Opino igual compañero... 

Se levantó de su silla con la copa de vino en la mano, y como si de un espectro se tratase, cruzó la pequeña y destartalada estancia que tenía como hogar hasta llegar a una de las dos ventanas que daban al exterior. Miró por ella durante unos minutos, absorto en sus pensamientos. Era un día gris, lluvioso y frío. En la calle podía verse la sombra de algún perro desdichado, quizás con mejor suerte que él, se decía.

- Sabes... -dijo saliendo de su ensimismamiento y volviendo hacia el calor de la chimenea-. Estoy empezando a cansarme de sacar a bailar a la toledana y a la vizcaína. -Dirigió entonces su mirada a una de las esquinas de la habitación, donde apoyadas en un pequeño taburete se encontraban enfundadas y unidas por un deteriorado cinto sus fatales herramientas de trabajo.

Se sentó de nuevo al lado de la chimenea, frente a la carta todavía sin leer, y dio un prolongado sorbo a su copa, como si quisiese desvelar todos los matices que aquel caldo tenía que ofrecerle.

- Sí, Dardo... -se inclinó en el respaldo de la silla y empezó a arrojar al fuego unos trozos de cáscara de almendra que había sobre la mesa-. Señoritos y prohombres de guante flojo, condes y duques que por lo visto tienen más honor que cojones, pues sus mercedes se ofenden sobremanera en sus libertinajes nocturnos, pero delegan el ingrato trabajo de su defensa en miserables que, si bien tienen mucho que ganar, no tienen nada que perder. La madre que los parió...

El gato abrió los ojos alertado por un pequeño petardeo del fuego, se desperezó y se acercó a beber a un pequeño platillo de hojalata dispuesto para tal fin.

- Ofensas hay tantas como hombres, Dardo. -continuó, cogiendo el sobre de la mesa y jugueteando con él entre las manos-. ¿De qué clase de putada se tratará esta vez? ¿Quizás algún honorable cornudo con una esposa algo puta? ¿Tal vez una ofensa a nuestra corte por un simpatizante de la Pérfida Albión? Qué más dará mientras paguen, ¿verdad? Lo único que realmente me interesa es mi contrario, aquel cabrón que se va a jugar la vida por el mismo motivo que yo. Sus medidas, su temperamento, su historia... Su destreza.

Rellenó con serenidad su copa de vino y se la acercó a los labios, mojándolos.

- Esta noche toca ronda, amigo.

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