domingo, 19 de enero de 2014

Apología a mi mismo

Nunca dejes que te quiten un sueño. Las personas somos así, tememos lo revolucionario, lo transformador, aquello que rompe nuestras creencias. Por eso, cuanto más loco y chiflado sea tu sueño, más resistencia por parte de la gente encontrarás. Esta resistencia puede darse en forma de críticas, rechazo o burlas, da igual, todas ellas son la misma forma de temor. Pero recuerda que esto es una muy buena señal, pues el nivel de resistencia que encuentres será proporcional al poder transformador de tu sueño.

Siempre fui un explorador nato. Nunca me conformé con no saber que hay más allá del horizonte. De hecho, de niño jugaba con mis amigos a ir más allá de las montañas que se ven desde el pueblo para, literalmente, perdernos. El juego consistía en que debíamos ser capaces de volver a casa antes de que anocheciese. Siempre confiamos y siempre regresamos.

Más tarde descubrí que el horizonte más vasto y atractivo por descubrir era el propio, y esto me llevó al viaje más fascinante que jamás haya hecho; el viaje interior. Descubrí muchísimas cosas sobre mi y por lo tanto sobre el ser humano. Aprendí que creer es crear, tanto es así que intuyo que todavía no somos conscientes del inmenso potencial que esto tiene. Me empecé a reinventar constantemente cual juego teatral, explorándome. ¿Quién soy? Me preguntaba, y mi corazón me susurraba: defíneme y me limitarás. Cuando dejo de ser lo que soy, me convierto en lo que podría ser. Me dijo Lao-Tsé.

Me topé con dos clases de personas. Las que saben mucho y las que ignoran mucho. Y resultaron ser estas últimas las más sabias. ¡Vaya paradoja! Estas personas me mostraron que más importante que hacer es deshacer, que más útil es restar que sumar, que el verdadero valor de un vaso reside en el vacío de su interior. Me enseñaron que la verdad no necesita defensas, por lo que entendí que el ego no era yo, sino una creación mental que requería ser justificada y ensalzada constantemente para evitar su desmoronamiento; precisamente porque no era real. Que ya soy, aquí y ahora, todo lo que mi ser puede anhelar. En este instante presente, en el único momento de mi vida, el ahora.

Desde pequeño sorprendí con mi madurez a las personas que me rodeaban. Recuerdo sentarme las noches de verano con las ancianas del pueblo para conversar con ellas. "¡Habla como una persona mayor!" Le decían sorprendidas a mi madre, mientras ella sonreía orgullosa. También recuerdo con asombro mis inquietudes infantiles, "¿Porqué estoy vivo Mama? ¿Qué sentido tiene el mundo?" A lo que mi santa madre no sabía muy bien que responder.

Como persona pasional que soy fui consciente del sufrimiento desde muy temprana edad. Cambios de colegios, cambios de hogar, la muerte de mi padre y mi querida abuela, problemas de ansiedad y desamores. Todo esto me marcó sobremanera y fue el trampolín que me llevó al camino del autoconocimiento, ya que como bien reza Silvio Rodriguez: "lo más terrible se aprende enseguida y lo hermoso nos cuesta la vida." Ahora comprendo porqué la mayoría de las personas más brillantes, humildes y sabias con las que he tenido el privilegio de toparme han sido personas que han sufrido bastante en sus vidas. Y es sorprendente como es ese mismo sufrimiento lo que les ha servido de trampolín, es esa vulnerabilidad la que los hace grandes. Han entendido el sentido que tuvo ese sufrimiento en sus vidas y por eso lo abrazan.

Me fascina salir de mi zona de confort para experimentarme, traspasar constantemente los límites de mi realidad. Toda experiencia vivida siempre me aportó algo, al igual que yo aporté algo a dicha experiencia. Por eso me fascina la pureza de los niños. Esa tremenda inocencia que hace que toda situación sea digna de ser vivida, desde una tarde con los amigos hasta una caída. No se cierran, sino que se abren completamente a la vida, quieren vivirla plenamente. Es asombroso.

Nosotros en cambio sufrimos un síndrome algo extraño. Por un lado tenemos el propósito de ser felices, por otro lado creamos una personalidad basada en creencias de uno mismo y del mundo para lograr ese propósito. Esta creación la solemos hacer durante nuestra juventud. Pasado un tiempo nos damos cuenta de que ese "yo" creado no satisface nuestro propósito de ser felices. Entonces, en lugar de desprendernos de nuestra creación para así reinventarnos, lo que hacemos es renunciar a nuestro propósito de felicidad por mantener esa creación que consideramos que somos. El tan fatídico "Yo soy así". Como canta Jorge Drexler con gran atino: "se nace lo que se es o se será aquello en lo que se crea".

Por supuesto, mi viaje no ha hecho nada más que comenzar. Sigo loco, descubriéndome más y más cada día, cuestionándome la realidad hasta extremos insospechados. Imaginando cada día seis cosas imposibles antes de desayunar.

–¡No puedo creerlo! –dijo Alicia.
–¿No puedes? –dijo la Reina en tono compasivo–. Inténtalo de nuevo: respira hondo y cierra los ojos. 
Alicia se rió. –No sirve de nada intentarlo –dijo– uno no puede creer cosas imposibles.
Juraría que no tienes mucha práctica –dijo la Reina–. Cuando tenía tu edad, siempre practicaba durante media hora al día. De hecho, siempre he creído no menos de seis cosas imposibles antes de desayunar.

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